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ARTESANOS DEL ORO

Artistas de la filigrana de Colombia

Por Carlos Sastoque

“En los últimos pasos el habilidoso trabajador recibe la piedra, la cual ha sido reducida a polvo,.. la frota sobre una ancha tabla ligeramente inclinada, vertiendo agua sobre ella todo el tiempo; luego la materia terrena en ella, disuelta por la acción del agua, corre hacia abajo del tablón, mientras esa que contiene el oro permanece en la madera debido a su peso. Y repitiendo esto un número de veces, primero que todo lo frota suavemente y luego presionándolo ligeramente con esponjas de textura suelta quitan lo poroso y terreno hasta que sólo queda el puro polvo de oro”.

Cuando vi a Aicardo López trabajar era como si no hubieran pasado más de 2000 años desde que Diodoro de Sicilia, el historiador griego del siglo I a.C. describiera así como los antiguos egipcios extraían el oro de las entrañas de la tierra. Las herramientas de Aicardo, un hombre ya entrado en sus 50 con las arrugas y el bronceado de alguien acostumbrado a trabajar bajo el sol, eran tan tradicionales como las de los egipcios: una especie de cajón de madera achacada; sobre éste un colador para las piedras más grandes y los únicos testimonios de que estábamos en el año 2000 eran un casco de obrero por balde y una pala para excavar. Allí a orillas del río Cauca a unos metros del antiguo Puente de Occidente, esa figura menuda agachada sobre sus herramientas y como aprisionada por las nubes de tormenta y las montañas que forman el cañón, era fiel remembranza de la tradición indígena de rendirle culto a sus dioses a través del oro.
De todas las culturas indígenas orfebres de Colombia, ninguna se asentaba en esta parte del valle medio del río Cauca. Hacia el sur por el mismo valle, los quimbayas creaban sus hermosas figuras trabajadas con el arte de la cera perdida. Moldeaban sus figuras en cera de abejas recubriéndolas con una capa de arcilla y al poner al fuego todo esto para endurecerlo la cera se derretía dejando la figura vacía dentro del bloque de arcilla donde se vertía la tumbaga, una aleación de oro y cobre tal y como se usa hoy en día, tomando la forma de uno de los famosos poporos con inspiraciones en la naturaleza. Al norte de Santa Fe de Antioquia estaba la cultura de Urabá quienes también hacían figuras naturales, especialmente animales con la cola levantada o aves bicéfalas. Sin embargo los primeros instructores de la filigrana, el arte de crear figuras con hilo de oro, en Santa Fe de Antioquia no fueron orfebres con sangre indígena sino artesanos del oro que vinieron de Mompox donde curiosamente no se extraía el oro sino que se acuñaba en la época cuando los españoles despojaban a sus colonias de todas sus riquezas. A través del tiempo los Santafereños aprendieron la filigrana, muchas veces de generación en generación como lo dice Aníbal Ramos: “Yo tengo alrededor de unos 18 años en este trabajo. Eso es bien hereditario. A mí me enseñó mi hermano, a mi hermano le enseñó un tío. Si alguno de mis hijos sale con esa facilidad pues se le enseña también.”
La filigrana es un arte muy antiguo y ya lo trabajaban los griegos en el siglo V a.C. después de practicar la granulación en la cual bolitas miniaturas de oro son puestas formando diseños con delicados relieves.
En el taller de Jaime Benítez, uno de los apellidos tradicionales de la filigrana en Santa Fe, un artesano pasa un lingote de oro de unos 6 cm. de largo por una máquina parecida a uno de esos aparatos con rodillos para hacer espagueti. El oro uno de los metales más maleables de la tierra se estira y se estira inimaginablemente hasta el punto cuando ya queda convertido en un hilo grueso que el artesano va pasando por unos discos de rubí con diferentes calibres y lo que era una barrita de oro queda convertido en un hilo tan fino como un cabello. Y ahora comienza el verdadero arte. Con el hilo se pueden hacer muchas cosas. El hilo trenzado, por ejemplo, da un hermoso relieve. Benítez mientras tanto trabaja en un anillo para una quinceañera. La vida de los habitantes de Santa Fe está marcada como por un péndulo por sus joyas de oro. Al recién nacido le regalan una pulsera de oro, luego viene la primera comunión, los quince años, el grado, el matrimonio. En las manos y orejas de las ancianas Santafereñas están representados los días especiales de sus vidas. Imperan los diseños tradicionales: la bolita tejida, que “no se ve en ninguna otra parte, todo lo que hacemos nosotros: la rosita, los tomatillos, todo eso viene de la antigüedad”. explica Jaime Benítez. Y el trabajo es minucioso. Se manejan granitos de oro, pequeños aritos de hilo y donde se tocan las diferentes figuras una gota milimétrica de soldadura de oro une las partes. Poco a poco y minuto a minuto, un anillo va adquiriendo su forma final. Cuatro horas de trabajo dejan un anillo ennegrecido por efecto de la llama para soldar. Todavía falta pulir y limpiar. No es un trabajo fácil. Como me dijo Aníbal Ramos cuando le pregunté si le iba a enseñar a sus hijos el arte de la filigrana: “Lo que pasa es que es un trabajo muy ingrato hombre, el artesano se mata mucho y nunca consigue de que vivir”.

Después de haber trabajado seis horas excavando y filtrando Aicardo López consiguió su retribución del día y antes del aguacero de la tarde metió un papelito con 3 gramos de oro en una cajetilla de fósforos El Rey. No fue un mal día para él; por esos tres gramos de oro recibiriá unos once mil pesos. Para el no importaba que ese oro al otro día se convertiría en una joya de filigrana hecha a mano tradicionalmente cuyo valor para la persona que la lleve será mucho más del doble de lo que pagó por ella.

2000 COPYRIGHT CARLOS SASTOQUE. Cualquier reproducción o copia de este artículo está prohibida sin el permiso escrito del autor.

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